Belmonte desde la Sierra del Sireral

Belmonte desde la Sierra del Sireral. Desde aquí se divisa la omega, aunque de lado

La atalaya montañosa sobre el valle del Mezquín tiene unas crestas de pinares y roquedales que dibujan una omega frente al Bajo Aragón. Es el final de la Tierra Baja donde nace el río, más bien arroyo, Mezquín que desemboca en el Guadalope, afluente del Ebro, cuando llega a Castelserás, ya en las cercanías de Alcañiz. Aquí está el principio, alfa, de un riachuelo que quizá, en tiempos de mayores lluvias, fue más de lo que hoy es. Y aquí está el fin, omega, de toda una comarca que en este punto hace cumbre. Alfa y omega, principio y fin del Bajo Aragón. Alfa, nacedero del cauce por donde desciende agua si el cielo la llueve. Omega, meta, a la que llega el corredor de fondo desde la tierra honda, la cima donde el escalador planta la enseña con la historia de toda una comarca que tiene identidad propia.
El primer brazo de la omega del Mezquín, el de la izquierda, lo forman los altos de ‘Els Cirerals’ y ‘Puntals’ que en la ‘Vall d’en Lluna’ y el alto de la ‘Tosa’ hacen curva para trazar luego la rama central de la Omega con el ‘Premanyer’, el alto del ‘Manyol’ y la Sierra de San José, que tiene como cabecera a la ermita. Para dibujar el tercer brazo, el último de la letra final griega hay que retroceder en descenso por la sierra del santo hasta el ‘Premanyer’ y allí iniciar la segunda curva en la partida de ‘La Catalana’ para hacer el tramo tercio de pinares poblados por la ‘Vall d’en Coixo’ y ‘Les Fossetes’, hasta cerrar en el ‘Barranc d’en Paulo’ frente a ‘La Talaiola’. Así es el escenario natural de Belmonte/ Bellmunt. Sobre él sus gentes han representado el papel de cada cual en el teatro de la vida a través de la historia. Esta es la omega de San José, la de Belmonte/Bellmunt, que lo es también del valle del Mezquín, abierto a todo el Bajo Aragón.
La omega del Mezquín parece también un tándem de herraduras, como hermanas siamesas de hierro forjado, uncidas por la travesía central montaraz, la de San José. De las herraduras de caballar ⎯ con preferencia de asnal y mular ⎯ que tanto hollaron en el pasado los senderos de esta tierra, hoy solo queda la huella del recuerdo. En el centro de la primera oquedad de la omega, o herradura de la izquierda, está el poblado urbano de Bellmunt y en la segunda existe una comunidad de masías que durante siglos fueron alojamiento de una amplia vecindad de extramuros pero que hoy apenas son refugio temporal de ganado o para el recreo de sus propietarios e invitados.

Belmonte/Bellmunt es la Omega del Mezquín. El pueblo vive en este espacio natural. Es la población que en los últimos 50 años ha recibido en dos ocasiones el Premio al Embellecimiento de los pueblos concedido por la Diputación Provincial de Teruel. Porque la historia de este pueblo, la de sus gentes, está escrita con piedras, que parecen mudas pero hablan con su sola presencia. Todo el contorno está rodeado de muros de piedra seca que sostienen los bancales de olivos y almendros, a la falda de los cabezos, protegidos por pelucas de pinar. Dentro del recinto urbano, las piedras más rudas y toscas del exterior, tienen unas hermanas refinadas, de mucho postín, escuadradas en bloque de sillar, talladas, esculpidas a cincel, que protegen y embellecen el templo barroco de San Salvador, una casa consistorial de empaque renacentista con lonja a dos arcos y otras mansiones de cierta prestancia.
“ANTIGUAMENTE, BELLOMONTE”, según el diccionario de Madoz, la denominación de este pueblo, tanto en castellano, Belmonte, como en catalán, Bellmunt, tiene su origen, al igual que tantas poblaciones de la península Ibérica, en la “baja latinidad de la Galia cisalpina” de la que habla el prestigioso historiador, Tarsicio de Azcona, en su “sucinta historia” de su pueblo natal, en el valle navarro de Yerri. Azcona, especialista en la Edad Moderna, biógrafo de Isabel la Católica, Juana de Castilla y Fernando de Aragón, aprecia los esfuerzos que en los últimos tiempos se ha realizado por extender los métodos de la historiografía moderna a la llamada “historia local” y considera que “también merecen atención los pueblos pequeños, vinculados al marco y contexto de su valle…” puesto que “la historia es ciencia y sirve para descubrir, aumentar y mejorar la propia identidad del pueblo”. Aunque advierte: “Es una de las cruces de los historiadores críticos ofrecer datos coherentes sobre cómo evolucionan las grandes comarcas y valles en los siglos al atardecer de la antigüedad y en la aurora del Medioevo”. Un buen ejemplo de este nuevo desarrollo de la investigación histórica local, con sentido crítico, lo ofrece el historiador Alberto Bayod Camarero que es quien, en las páginas de este documento, aporta un resumido, pero muy completo, acercamiento a la variada y rica historia de Belmonte/Bellmunt.
El atractivo de este pueblo proviene del pasado pero no puede ser más real y presente. Sus gentes han heredado un ancestral sentido de pertenencia a la tierra que habitan, un esfuerzo titánico por defender su patrimonio material e inmaterial. Un pueblo como Belmonte/Bellmunt es víctima, desde hace casi un siglo, de una despoblación progresiva, no detenida y conviene recordar con los pies en el suelo, con más realismo que crudeza despiadada, que “es muy difícil que la despoblación se corrija”. Los pueblos medio vacíos, sin embargo, tienen una vida propia y constantemente renovada porque saben escuchar el mensaje de sus piedras que vigilan su existencia lo mismo en el campo abierto que al cobijo de las calles de la urbe. Aún no habían nacido los más ilustres de sus antepasados o los sacrificados anónimos del lugar, y la mayoría de las piedras ya estaba donde ahora está, colocada por la naturaleza o por la mano del hombre.
“La España vacía, vacía sin remedio, imposible ya de llenar, se ha vuelto presencia en la España urbana”, reflexiona Sergio del Molino. Los pueblos medio vacíos viven en sí mismos y hacía el exterior. Los pocos habitantes que hay en ellos irradian tanta vitalidad que cada vez resultan más entrañables y atractivos para los hombres y mujeres, estresados por el ruido de las ciudades. El silencio y la soledad de los pueblos están adquiriendo un poder de atracción que antes nunca tuvieron. “La España de la que proceden millones de españoles ya no existe”, añade Del Molino. Pero, ¿no cabría decir que perdura en los pueblos, por mucho que también la vida del mundo rural haya cambiado tanto que parece haberse vuelto urbanita?
“La realidad de nuestra oferta turística está cambiando. Ya no es todo sol y playa. El incremento de turistas hacia la España interior ha tenido un aumento exponencial geométrico, ha sido tremendo. El turista ha descubierto la montaña, los pueblos del interior… Pero no sólo en España, sino en el mundo entero. La gente busca cultura, hace turismo como fuente de conocimiento. Los gustos han cambiado”, declaró hace poco Francisco Velázquez, experto en turismo y gestión hotelera, a la revista ‘Mezquín’ de la Asociación Empresarial del Mezquín-Bajo Aragón.
El encanto de Belmonte/Bellmunt está en su incomparable naturaleza, en su omega natural, en el silencio de sus piedras, que parecen mudas pero no lo son porque en ellas se lee la vida de ayer y la de hoy. Es un mensaje no hablado pero sí escrito, labrado en piedra. Y de la discreción de las piedras vigilantes de este pueblo viven sus gentes. Ellos, los vecinos residentes, reconocen que “la vida en estos pueblos no es la mejor de las posibles, pero yo nunca me he querido marchar de aquí y nunca me marcharé”, afirmaba hace años un maestro albañil del Mezquín. Ellos son los que hacen atractivos a su pueblo, con su vida diaria, que es la que transmite esperanza ante el futuro al visitante que llega a un pueblo como Belmonte/Bellmunt, que en el lenguaje más convencional del momento es calificado de recóndito.
James Rebanks, pastor de ovejas en el centro de Inglaterra, afirma rotundo que “ahora, cuando miro al mundo y me pregunto si sobreviviremos en él, estoy lleno de esperanza ante el futuro”. Rebanks, nieto e hijo de pastores, piensa así: “Mi abuelo fue, simplemente, uno de los miembros de esa gran mayoría silenciosa y olvidada de personas que vivieron, trabajaron, amaron y murieron sin dejar demasiado testimonio escrito de que alguna vez pasaron por aquí. Para el resto del mundo, mi abuelo fue en esencia un don nadie y sus descendientes seguimos siéndolo. Pero de eso se trata. Los paisajes como el nuestro fueron creados y aún perviven gracias al esfuerzo de los don nadie. … Esta es una tierra de gente modesta que sabe trabajar duro. La verdadera historia de nuestra tierra debe ser la historia de los don nadie”.
La experiencia de Rebanks en el Distrito de los Lagos, del centro de Inglaterra, es perfectamente transportable a Belmonte/Bellmunt y a todos los pueblos del valle del Mezquín. Los habitantes de este pueblo quieren tanto a su pueblo que cada día lo hacen más bello. Sienten tanto amor por sus olivos, almendros, riscos, arroyuelos, ermitas e iglesias que cualquiera que llegue a él podrán amarlos como ellos. Porque aquí encontrarán sabios maestros en el arte de amar a las mismísimas piedras que los vieron nacer y los verán morir. Todos los hombres y las mujeres que viven en Bellmunt y todos cuantos a él llegan consideran que este es uno de los pueblos más bonitos de España.

Ramón Mur